Bueno, aquí estoy. Son alrededor de las nueve y media de la noche, el capitán del barco me deja sobre un pequeño muelle de madera, con un bote inflable con un pequeño, con mi bici, mi equipaje y los de los demás pasajeros. Me deja solo el tiempo para ir a buscar los otros y llevarlos a tierra. Tratando de mantener el equilibrio en algo que no se mueve, pongo mis maletas en mi estructura de acero. Estamos en América del Sur. Y no muy lejos de aquí, las montañas que me acompañaran hacia Patagonia : los Andes.
Con dos neozelandeses, caminamos del barrio compuesto por torres residenciales de lujo con vistas al mar a una zona del centro histórico que se acumulan hostales baratos donde la gentrificación todavía no ahuyentó las clases populares de la ciudad. Tenemos que encontrar el capitán en un par de días para recibir nuestros pasaportes sellados por las autoridades portuarias. Cartagena es una ciudad de gran belleza, con un distrito histórico bien organizado y controlado para permitir a sus visitantes, tanto de Colombia que extranjeros, y el distrito histórico, de disfrutar de la cultura costeña. Un encanto que da el deseo de perpetuar caminar por las fortificaciones y pasear en las plazas.
No voy a caer bajo el encanto, el calor y la lluvia me da más ganas de precipitarse hacia los Andes. Siento que me llaman, mi cuerpo necesita más aire fresco, mis piernas están listas para enfrentar nuevos desafíos.
Cartagena tiene una cara diferente más allá del mar, en un caótico tráfico en la única carretera de acceso, zigzagueando y jugando del codo con los autobuses y decenas de motos que me rodeaban en una nube de gas, mientras que los vendedores ambulantes son capaces de hacer su negocio en este lío. Las cosas se calmen, y aquí estoy, a través pequeñas lomas hacia Caucasia, donde entro en el valle que me llevará en las montañas de Antioquia, el departamento de Medellín. Lluvia y tormentas eléctricas se ponen en mi camino, me inundando casi sin previo aviso, por lo que me olvido por un momento el calor para limpiarme del polvo de los camiones.
La « Colombia de abajo » me hizo descubrir un pueblo activo en su inercia, un poco desordenado (si lo digo) y festivo. Me habían advertido que « arriba » es muy diferente. Me quedé impresionado por el número de personas que viajan en motocicleta. Hay peajes en casi todas las carreteras y motocicletas (y bicicletas) pasan gratis. También he visto a varias personas agrupadas en una motocicleta, pero al ver a toda la familia de cinco sin casco o la pareja que lleva una TV de 36 pulgadas, o dos hombres, y su taller de construcción, incluyendo barras de metal de 12 pies en el viento, eso era bastante nuevo. Pedaleo al ritmo de la cumbia y del reggaeton en volumen alta saliendo de las casas, si sus habitantes no sólo establecen sus enormes altavoces fuera para que los vecinos también pueden apreciar sus gustos musicales. A veces tengo hambre o sed, pero no paro en algunos negocios tanto la música ya parece fuerte desde la calle. Pero cuando veo a estos hombres bebiendo su cerveza sentado junto al altavoz, supongo que es yo que tiene un problema de sensibilidad auditiva. La gente se entretiene mirando al mundo pasando en el asfalto delante de ellos y me parece ser un elemento disparador de discusión. Me miran pasar con una cara sin palabras o me dan un saludo cálido. Si no hablán conmigo directamente, el grupo habla de mí, de lo que llevo, diciendo que soy un poco loco, y sin pensar que oigo (y entiendo) cuando paso cerca de ellos. Algunos motociclistas se detienen mi altura y me siguen por un momento, queriendo saber de dónde soy y lo que hago. La última vez que las personas se detuvieron así fue en el norte de Canadá. Cada pueblo está construido alrededor de un sistema económico de ventas de productos a lo largo del camino. Un pueblo vende zapatos, los otros muebles, otro vende pasteles de quesos. Paso por puestos de artesanía se parecen más o menos, y otro pueblo cerca de un río parece tener más restaurantes que personas.
Dejando Causcasia, empiezo mi cuarto día de bicicleta y me doy cuenta: de cada lado, las montañas. Pasé el día subiendo suavemente el Cauca, mientras que las montañas se acercan más y más. El agua fluye por todos los lados, una cascada me sorprende en una curva, cascadas cortan las laderas de las montañas verdes. Personas capturan esa agua en mangueras para conseguir un negocio de lavado de autos.
Llego a Puerto Valdivia, el camino cruza el río y empieza a subir la ladera de la montaña. Esto no es un adiós al río, sino un hasta luego, voy a ver el Cauca otra vez y será a 1000 metros de altitud en el valle donde Cali está. En media hora, haré solamente 3 km para lanzar mi tienda fuera de la vista, escondido abajo de una pared de soporte de la carretera. El bautismo de los Andes va a esperar hasta mañana.
Me tomó 4 horas y 30 minutos para pedalear al paso más alto por una carretera subiendo continuamente por 35 km. A veces, el camino era tan empinada que los camiones eran dando casi los mismos esfuerzos que yo. Las zonas de construcción son numerosas, a menudo el camino se deslice por la pendiente empinada de la montaña, sin importar el número de muros de seguridad que quieren instalar. Pude mantener el ritmo rebasando a las filas de vehículos esperando y haciendo mi camino a través de las obras viales. El hambre tiró mis piernas, los perros salieron de no sé donde a correr detrás de mí y la lluvia decidió acompañarme por la última hora. No podía parar, todas mis cosas habrían sido húmedas para hacerme algo de comer, y sentí que si me detenía en algún lugar, empezar de nuevo sería muy difícil.
¿Porqué estoy haciendo esto? ¿Porqué me pongo en este lío? ¿Qué me hizo querer viajar en los Andes? Estoy subiendo 2.000 metros en 35 kilómetros…
Finalmente llego al paso, donde una pequeña tienda me ofrece un techo para esconderme de la lluvia con mi bicicleta. El frío me sorprende una vez parado, y engullo las pequeñas empanadas fritos y chorizos, lo único disponible en este momento, bajo la mirada sorprendida de las dos mujeres detrás del mostrador. Aquí estoy, arriba. Voy a seguir a subir un poco más lejos, pero no tanto.
¡Como el paisaje se cambió! Pasé de las palmeras a los pinos en un día, de los pantalones cortos y torsos desnudos a las camisas de manga larga; casas sencilla con techo de lámina con áreas abiertas a casas de ladrillo. Me voy de un pueblo colonial al otro en una carretera que serpentea en las montañas a través de las granjas lecheras. De los 2.500 metros de Santa Rosa del Oso, el camino desciende 1.000 metros a Medellín, la capital antioqueña.
Por eso. Por estas bajadas emocionantes que hago. Para estos majestuosos paisajes que pasan ante mis ojos. Para la satisfacción de que me apoderó cuando llegue al siguiente paso y a la visión de la próxima bajada.
En Medellín me esta esperando Manuela y su familia. Una de sus hijas emigró a Montreal y me vi en la televisión antes de mi salida. No hay manera de pasar por allá sin visitar a su familia. Rápidamente me hicieron sentir como uno más de ellos, a compartir la vida diaria en la casa donde viven tres generaciones. No me dejaron irme con el estomago vacío , y después no querían dejarme ir punto! He pasado seis días allí explorando la segunda ciudad colombiana y sus alrededores, comer como un rey y escuchar las historias de la familia. La hospitalidad colombiana a su mejor.
De los 45 millones de personas en Colombia, 5 millones son desplazados, que huyeron de su región de origen. Un periodista que hace demasiadas preguntas. Un agricultor que tiene las buenas tierras para la cultura de drogas. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y su contraparte, los paramilitares, que colocan sus peones en la población civil. Cuando en la televisión se felicitan del progreso en el acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC reunidos en La Habana, se habla de la niña que pisó en una mina hoy. Trato de no desviar demasiado los ojos cuando veo sobre el camino en el campo, más de que he visto en otros lugares, jóvenes y menos jóvenes faltando un brazo o una pierna. Y si este legado está a punto de ser parte del pasado, ahora es el turno de las mineros canadienses de quitar de sus tierras a los habitantes de la buena montaña, mandandolos vivir más arriba beber el agua que será contaminada por la minería. Si considero normalmente la ciudadanía canadiense como un abrigo de invierno, es decir, algo que no nos gusta poner, pero que es bastante útil para salir a fuera, me advirtieron que al sur después de Cali, donde operan estas multinacionales sin alma, es mejor que me hago pasar por un francés.
Salí de Medellín y después de sesenta kilómetros por la Panamericana, pasando por una subida 900 metros (pfff, fácil), me desvéo en un pequeño camino que me llevará a Manizales, a través de pequeños pueblos coloniales encaramado en lo alto de las montañas por encima de profundos valles. Mientras Salamina parece a mi altura solamente a 2 km si estaba volando desde Pacora, tomaré en realidad dos horas y media y 20 kilómetros para llegar. De un pueblo al otro, navego en un camino donde el pavimento se detiene de repente para pasar sobre un antiguo deslizamiento de tierra. Manizales aparece con su majestuosa catedral en lo alto, mirando a mí durante una hora en el momento en que llegué allí. Con Pereira y Armenia, estas tres ciudades constituyen « el triángulo del café », donde crece la mayor parte de la producción de café en el país. Es una de las regiones con la mejor infraestructura de carreteras que he visto, con dos vías doble y separadas dejandome rebasa los camiones y los coches por la izquierda con seguridad durante los bajadas con curvas justamente tupidas. Conocí a anfitrión de Warmshowers en Pereira y Armenia haciendome descubrir su trozo del país. En Armenia, vi el cielo estrellado sobre mí, pero iluminada por rayos eléctricos violentos al oeste. Estas son las tormentas de Chocó, una región al otro lado de la Cordillera Occidental, que recogen todo las lluvias del Pacífico. Rara vez, un nube logró superar los picos para mojar este lado de las montañas.
Salí de la Cordillera Central para bajar al Valle del Cauca, el río que había dejado 500 kilometros antes. Es una amplia franja de tierra fértil entre dos cadenas montañosas, bajo un sol radiante, con las nubes que se agregan a las montañas del oeste. Anteriormente los pequeños agricultores estaban creciendo un poco de todo. Desde los años 50, el monocultivo de la caña de azúcar hizo con el poder económico de la región. He seguido estos caminos planos rodeados de los tallos verdes, con parada en Tuluá, donde mi anfitrión me envió a un periódico local, y luego hacer los últimos kilómetros hacia Cali, donde será bueno parase por un tiempo…